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La tragedia del Saint Louis: una entrevista con Armando Lucas Correa

Patricia Tarango, Senior Librarian, Alma Reaves Woods - Watts Branch Library,
Armando Lucas Correa y la portada de su libro, La niña alemana

La niña alemana es la primera novela escrita por Armando Lucas Correa, periodista cubano-americano editor de People en Español, la revista hispana con mayor circulación en los Estados Unidos. Basado en hechos reales, este libro llena el vacío de un momento histórico muy poco conocido: la historia del Saint Louis, un trasatlántico que en 1939 llevó a bordo más de 900 refugiados judíos de Alemania rumbo a Cuba.  Fue un viaje de esperanza que se convirtió en tragedia cuando sólo a 28 de los refugiados se les permitió desembarcar. 

Las protagonistas de la historia son Hannah Rosenthal y Anna Rosen, dos niñas a punto de cumplir doce años en diferentes décadas. En 1939, Hannah está a bordo del Saint Louis y es uno de los pasajeros que logran desembarcar en Cuba. En 2014, Anna vive en Nueva York sufriendo por no haber conocido a su padre Louis quien falleció durante el ataque terrorista del 11 de septiembre. Pero ahora tiene la oportunidad de conocer la historia de su familia a través de su tía abuela Hannah, quien en 2014 tiene 87 años.

Disfrute de esta entrevista con el autor y no olvide de buscar sus libros, La niña alemana y En busca de Emma, en su Biblioteca Pública de Los Ángeles más cercana.


¿Dónde aprendió sobre la historia del Saint Louis?

Tendría unos diez años la primera vez que mi abuela me habló sobre el Saint Louis, que yo recuerde. Mi abuela es la culpable de mi obsesión. Hija de inmigrantes españoles, estaba embarazada de mi mamá cuando el trasatlántico llegó al puerto de La Habana. Ella me decía, de niño, creciendo en La Habana, en la década del 70 y del 80, que Cuba iba a pagar bien caro, por los próximos 100 años, por lo que le había hecho a los refugiados judíos.

¿Cuánta investigación fue necesaria para traer esta historia a los lectores?

Me compré todos los libros que existen sobre el Saint Louis, tuve acceso a más de mil documentos originales sobre el Saint Louis. Reconstruí la travesía del barco, día por día, con lujo de detalles; el Berlín del 39, la Habana pre y post revolucionaria vista desde los ojos de una refugiada judía alemana. Pero no viajé a Berlín, a Hamburgo, a Auschwitz, incluso a La Habana; no entrevisté a los sobrevivientes del barco hasta que no entregué la novela a mi editora. Quería que The German Girl fuera mi visión sobre un hecho histórico que me ha atormentado toda mi vida.

Estudié la moda de la época, los perfumes, las joyas, incluso la música. Me dediqué a investigar sobre el Berlín de la década del 30.

¿Cómo fue su experiencia al hablar con los sobrevivientes del Saint Louis?

La primera que conocí fue Judith Steel, en su apartamento en Nueva York. Ella tenía 14 meses cuando iba en el barco. A ella, a sus padres y abuelo, los enviaron a Francia. El padre logró salvarla, la entregó a una mujer francesa, pero su familia fue asesinada en Auschwitz. Luego me encontré con Herbert Karliner. Tenía 13 años en el barco. Junto a sus padres fueron también a Francia. Solo se salvaron él y su hermano. Sus dos hermanas y padres terminaron en Auschwitz.

Luego conocí a Ana María (Karman) Gordon. Ella tenía cuatro años. Terminó junto a sus padres en un campo de concentración en Holanda, pero los tres sobrevivieron. Ahora vive en Toronto.  Para mí es muy emocionante porque es como ver a los protagonistas de la novela ahora mayores. A su vez, siento una profunda vergüenza con ellos, por lo que Cuba, Estados Unidos y Canadá les hizo.

Sidonie Karman and her daughter Ana María on the deck of the MS St. Louis. May, 1939.

Sidonie Karman y su hija Ana María a bordo del MS St. Louis. Mayo de 1939. Cortesía del sitio web del autor.

Las dos protagonistas de la historia son niñas de 11 años, aunque en diferentes décadas.   ¿Por qué era necesario que la historia fuera del punto de vista de niñas tan jóvenes?

Desde que comencé a escribir La niña alemana, tenía muy bien definida la voz de la novela. Quería que se enmarcara en el ámbito del género histórico, pero tengo una hija de 11 años y ella fue una gran influencia. Así que la historia la iba sintiendo, en la medida que escribía, como algo personal. Emma, mi hija, le dio voz a Hannah y a Anna, de alguna manera, creo yo. Muchas de las salidas de los dos personajes son de mis tres hijos. Recuerdo que cuando empecé a escribir, Hannah iba a cumplir 8 años. La edad del personaje iba creciendo mientras escribía, a la par que mi hija crecía. Por eso terminó con 11 que va a cumplir 12. Cuando la novela fue traducida al inglés, mi hija Emma la leyó en tres días. Ella puede explicar los detalles, la leyó con profundidad. Hay escenas de cierta violencia, que son intensas, dramáticas, a las que uno no debe exponer un niño. Pero con mis tres hijos yo hablo del Holocausto, de lo que sucede en Siria, de las tragedias de la sobredosis de drogas, tal vez sin entrar en muchos detalles. No quiero que mis hijos vivan en una urna de cristal. Sé que la editorial no está promocionando el libro como una novela juvenil, pero creo que los jóvenes pueden leerla perfectamente.

El libro comienza con una escena muy impactante donde Hannah toma una decisión sumamente drástica.  ¿Por qué decidió comenzar el libro así?

Quería mostrar el nivel de desesperación que tenía Hannah y su familia. La guerra no ha comenzado. Los nazis le cierran las puertas. No tienen destinos. No son nadie. Quería abrir con esa decisión y cerrar esa escena anunciando que no fue necesario aniquilar a sus padres porque sus padres la aniquilaron a ella. Quería crear un círculo de desesperación.

Antes de que Hannah se separara de su padre en el Saint Louis, las últimas palabras que él le dijo fueron que olvidara su propio nombre. Ese mensaje pareció ser más importante que despedirse de ella.  ¿Por qué?

Es una familia que se sentía alemana por encima de todo. Él le dio un apellido a su hija, su única hija y ese apellido es lo que la ha llevado a convertirse en una refugiada sin esperanzas. No hay nada más terrible para un padre que eso. Temía por su vida. La vida de tu hija es lo más importante. Es parte del círculo de desesperación de que te hablaba.

Usted ha dicho que todos nosotros somos refugiados buscando nuestro lugar en el mundo.  Me parece una frase importante que puede ser interpretada poéticamente o políticamente.  ¿Qué es lo que usted quiso decir con esto y cómo llegó a esta conclusión?

Yo soy un refugiado. Crecí en Cuba, estudié en Cuba, trabajé como crítico de teatro y danza, y llegué a Estados Unidos, comencé de cero. Aprendí el idioma, me reinventé y terminé formando a mi familia. Mis abuelos eran refugiados españoles en Cuba. Hay un sentido de exclusión y a su vez de pertenencia en un refugiado. Estados Unidos ahora es mi país. Mis hijos nacieron aquí. Soy ciudadano americano, pero aún muchos me ven como un extranjero. Sigo siendo, en esencia un refugiado. Todos, al final, terminamos siendo refugiados. Estados Unidos se fundó con refugiados. Y debemos aprender a respetar las diferencias. El mundo sería terriblemente aburrido si todos fuéramos iguales. El día que aceptemos que somos diferentes, tenemos el color de la piel diferente, adoramos a diferentes dioses, hablamos diferentes idiomas, entonces es que habrá paz en el mundo.

Picture postcard of the MS St. Louis. Circa 1939.

Postal del MS St. Louis. Circa 1939. Cortesía del sitio web del autor.

Las protagonistas del libro, Hannah y Anna, son sumamente similares.  ¿Cuál es la historia que se repite o se repara a través de ellas?

Soy un apasionado de las novelas históricas. Crecí horrorizado con el nazismo, el Holocausto. Era algo que no podía entender y siempre me pregunté el por qué. El salvajismo, la época de los bárbaros, eran de siglos atrás. El Holocausto sucedió en pleno siglo XX en el centro del continente más civilizado del mundo. Lo más triste es que la historia se repite. No aprendemos. Por eso quería que la tragedia del Saint Louis se viera no como una cifra, 937 pasajeros que le negaron la entrada en Cuba, Estados Unidos y Canadá y los devolvieron al infierno. No, es la historia de una niña, Hannah Rosenthal, de una familia, con nombres y apellidos, que sucedió hace más de siete décadas y que aún tiene repercusiones hoy. El rostro de Hannah es el rostro de Anna. Quería que mi hija, que tiene 11 años, pudiera leer la novela. Y como yo, a esa edad, su pregunta fue simple: Why?

Unos de mis personajes favoritos fue Gustavo, el hermano de Hannah,  por su complejidad.  ¿Cree usted que la identidad cultural libera o encierra a los personajes en tiempos de crisis?

Uno no puede borrar quien es. Uno no puede ser quien no es. Esa culpa la siente Alma, la madre de Gustavo, hasta el final. Gustavo es una especie de fantasma que crece entre dos mundos, envuelto en un proceso revolucionario que lo absorbe. La maldad de Gustavo es relativa. Para su hermana Hannah se estaba convirtiendo en un monstruo. Para él, simplemente estaba haciendo lo que él pensaba debía hacer en el marco de la revolución.

Quería que todos los personajes evolucionaran, que no fueran de una sola pieza. Incluso Louis, que es otro de los fantasmas, es diferente según sea quien lo mire. Lo que vemos de él a través de una carta a Ida, o a través de los diálogos imaginarios que tiene Anna, es completamente diferente a lo que nos cuenta su tía Hannah de él.

¿Cree usted que estamos condenados a repetir la historia o cree usted que el arte/la literatura  tiene alguna obligación de evitar que se cometan las atrocidades del pasado?

La historia se repite. Los errores se repiten. Eso es lo más triste y me da pánico. Tendemos a virar la cara, a escondernos de los problemas de los otros. No solo no nos importa lo que pasa en Siria, no nos importa lo que pasa en nuestro propio país, ciudad, vecindario. La literatura aporta su granito de arena. Siempre hay algo que aprender. Siempre es bueno que alguien nos haga abrir los ojos.

¿Cómo lector, editor y autor, puede hablarnos sobre la importancia de la literatura en español en los Estados Unidos?

Somos 55 millones de hispanos en Estados Unidos. Soy cubano, pero al mismo tiempo soy ciudadano americano. Mis hijos son americanos. Mi idioma es el español. Algo admirable que hace Atria Books, una de las divisiones de Simon and Schuster, es promover la literatura en español. No sólo obras creadas en español fuera de Estados Unidos, para otro mercado y que luego son traducidas. Mira a La niña alemana, fue concebida en Estados Unidos, para el lector de Estados Unidos, no importa el idioma que hable. La escribí en español, se tradujo y revisé con mucho cuidado la traducción. Así que es literatura estadounidense creada en español. Eso me fascina decirlo.

Portada del libro The German GirlPortada del libro La nina alemana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Podremos esperar más libros de usted en el futuro?

Mi mente no para. Ya tengo dos novelas más en camino. Aunque el Saint Louis va a estar presente, o mencionado, no es una trilogía. Serán libros completamente diferentes, con vida diferentes. El próximo, El silencio entre nosotros, es sobre los pasajeros del Saint Louis que terminaron en Francia. El tercero, Los olvidados, sobre los que no les permitieron comprar pasajes en el Saint Louis. En este caso una madre alemana con una niña negra.

¿Podría decirnos cuales son unos de sus libros favoritos?

Soy muy selectivo con mi lectura. Todo depende de lo que esté escribiendo. Crecí en Cuba y cuando era niño, el boom latinoamericano estaba en su apogeo. Así que ya saben, Cien años de soledad, Rayuela, La ciudad y los perros, eran mi biblia. Luego pasé a los clásicos.

En los 80 vino la obsesión con Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano, Fuegos), Yukio Mishima (El pabellón de oro). En fin…

Recuerdo que cuando estaba escribiendo En busca de Emma, me obsesioné con Joan Didion, principalmente con la que es su obra maestra para mí: The Year of the Magical Thinking. Leía un libro sobre la muerte, para escribir el de Emma, que es sobre la vida, cómo crear una familia.

Tuve, como disciplina, mientras escribía La niña alemana, de leer solo en español, mientras pudiera. Por lo menos los libros que no tenían que ver con la investigación. Intentaba mantener mi lenguaje lo más limpio y pulcro posible, sin las influencias cotidianas del inglés. Mi obsesión entonces fue el escritor noruego Karl Ove Knausgard y sus varios tomos de My Struggle. Tuve una obsesión, casi enfermiza, con La muerte del padre, Un hombre enamorado y La isla de la infancia. Kanausgard dice que escribir My Struggle fue terapéutico para él. Para mí, leerlo, fue una terapia.


 

 

 

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